Hoy mi papi cumple 60 años y él no tiene RRSS ni nada parecido pero espero que alguien le enseñe esto. Porque quizás me cuele con cosas personales, pero muchas veces nos pasa que cuando faltan las personas que queremos es cuando más sentimos no haberles dicho más palabras bonitas, más veces tequiero, más veces lo maravillosas que son.
Y aquí estoy yo, con todas mis ganas de decirle a mi padre lo maravilloso que es.
Y si estás leyendo esto y le conoces, sé que lo sabes.
Y si estás leyendo esto y no le conoces, atenta:
En cualquier recuerdo de mi vida, ya sea de niña, de adolescente o ahora de ¿adulta? está mi padre. En toditos. Y nuestra relación ha pasado por cualquier fase por la que puede pasar cualquier relación entre dos personas: te amo, te odio, te idolatro, no nos hablamos, hablamos todos los días, te necesito, nomedejesnunca.
Recuerdos a todas las edades, en todos los sitios.
Qué grandes recuerdos, por ejemplo, en Isla Cristina con el tío José Luis (sí, la voz de mis primas y primos era más potente que la de las hermanas y tío José Luis ganaba siempre a papá). Cada mañana, durante los meses de julio y agosto, mi padre se inventaba juegos, olimpiadas, carreras, baños, paseos... para tenernos entretenidas. Nadie se salvaba. Nadie de la familia, ni nadie de las sombrillas alrededor: si mi padre veía algún niño o a alguna niña solo con su familia, le llamaba y le invitaba a jugar con nosotras. ¡Qué vergüenza! Decíamos siempre. La misma vergüenza que pasábamos cuando dábamos paseos por la orilla e iba saludando con su manita a la gente. - ¿Lo conoces papá? - No. - ¡Qué vergüenza!
La vergüenza también siguió en la adolescencia, y en la playa. Famoso el día que nos llevó a mis amigas y a mi a Islantilla y se paró al lado de un grupo de chavales, bajó la ventanilla y soltó: ¿Queréis ser amigos de estas niñas? No tienen amigos. ¡Qué vergüenza papá! ¡Qué vergüenza José Luis!
La vergüenza desapareció en el momento en que yo saludé a gente que no conocía al lado de mi prima Sarita. ¡Qué vergüenza Alejandra!
¡Qué orgullo!, pensé yo.
Pero no todo eran alegrías en Isla Cristina eh. Ahora lo recordamos y nos reímos, pero la Ale del pasado y sus hermanas odiaban con todas sus fuerzas la hora de la siesta: mientras la gente la disfrutaba, mi padre nos obligaba a hacer los cuadernillos Santillana y a leer poesía. Sí. A leer poesía. Poesía que también nos dictaba. Sí, pensaréis que queda todo muy bucólico, verano, pueblo, playa, y muy romántico. Pues no, estáis confundidas. Que te lo digan cuatro niñas de entre 15 y 8 años con la caló de agosto, un ventilador de techo, y entenderéis los enfados de mi madre levantándose de la siesta porque estábamos las cuatro energúmenas quejándonos por irnos a la calle. Pero no, no habíamos acabado el dictado de la poesía.......
Mi padre hacía bien su papel de padre. El papel de padre que entendíamos las españolas nacidas en los 80 (no nací en otra década, así que me remito a la mía). Pero tengo que decir que es ahora cuando mi padre está haciendo un papelón de padre. Porque mi padre no tuvo que ser padre y madre cuando mi madre murió. No. Mi padre es mi padre y mi madre es mi madre. Mi padre sólo tuvo que aprender a llevarnos, y aprender a traernos. Tuvo que aprender a lidiar con el día a día, con la hora a hora.
Mi padre re-apareció. La distancia que se crea con la adolescencia, a veces, entre hijas y padres, tuvo que desaparecer. No quedaba otra. Mi padre venía cada día a comer a casa, que parecerá una tontería, pero no lo era para mi. Los viernes por la noche nos quedábamos juntos viendo a José Mota (hoy no, mañana). E incluso a veces iba a buscarle a la puerta de la iglesia cuando salía de misa. Es más, tras años sin ir a misa, alguna que otra misa me tragué en esa época en la que mi padre y yo estábamos, de nuevo, re-conociéndonos. Diría que el re-conocer a mis hermanas fue un poco más duro, pero es que mis hermanas son muy suyas (jajaja). Aunque os cueste creerlo, soy la que tiene mejor carácter de las Galán (jajaja). Aprovecho para mandarle besis a mis hermanas.
Os podría contar mil anécdotas de llantos, de risas, de enfados (las de enfados, visto con la perspectiva que da el tiempo, son las mejores). Pero son demasiadas intimidades por hoy. Me quedo con deciros que yo veo y siento que la gente quiere a mi padre. Lo veo en mi familia, en sus amigos, en sus amigas. Lo veo en amigos míos, lo veo en toda persona que ha sido alumno o alumna suya, en compañeros y compañeras con los que ha trabajado.
Pero sí, os voy a contar una anécdota, porque me da la gana la verdad, y porque mencanta. Y porque para mí, mi padre es eso, mi-padre. Pero la gente que le quiere y le admira no es por parentesco, no es por la obligatoriedad que a mi me exige el Libro de familia. Mi padre tiene algo, un color especial, un duende, que la gente siente, y a mi me enorgullece.
Así que ahí va la anécdota: mi padre a veces ha salido en algún periódico, o en la tele, o le han dado algún premio. Estas cosas él nunca las dice. Era mi madre, o mi abuela, o Maina, o es Alicia, la que me lo tiene que decir. Mi padre, chitón. El caso es que un pajarito me contó que una vez le dieron un reconocimiento, juraría que una empresa de aceites con la que trabajó (pero quizás me lo estoy inventando un poco) y cuando le nombraron para darle el premio, el tipo comenzó: y este premio es para José Luis Galán por su buen trabajo, su esfuerzo... blablabla. Y dijo para finalizar: y porque es muy buena gente.
Me parto.
- ¿Por qué te han dado el premio?
- Por buena gente.
Papi, ya puedes dormir tranquilo. Creo que has ganado el mejor premio de la vida.
Y voy a ir acabando, que yo sólo quería felicitarle por su 60 cumpleaños.
Y decirle que el abrazo que le debo hoy, se lo daré pronto :_)
¡ FELIZ CUMPLEAÑOS PAPÁ !
tequiero